Fue testigo. Teo fue testigo directo de este reducido hecho que ocurrió en el pasado y que quizá ya no vuelva a repetir. Pero todavía puede recordarlo, puede volver, aunque no completamente.
Escasa luz sobre un sillón rajado y una bañera a oscuras. ¿Qué es esto?
Delirios de un hombre envenado por sí mismo. Alucinaciones. Música oscura e incitante.
Tres muertas de hambre que viven juntas. La hija atraída por el afilador. La madre adueñándose del alma de su sucesora.
Una noche.
Cuerpos flexibles, luces, lujuria dramática.
Teo está tumbado en la cama. Sueña. ¿Qué digo? Desvaría. Emergen de su boca improperios sin sentido (¿sin sentido?) sobre un afilador perdido y una chica que esconde unas tijeras en su pecho. Dice que le gusta, pero hay algo que no acaba de entender. Pero le gusta, grita que le gusta. Aunque sigue sin acabar de asentarlo en su mente. Se siente maravillado ante el trabajo físico de los personajes, el manejo de los objetos, el tratamiento de las voces, el empleo de las luces y el potencial dado al espacio… pero algo falla en este esperpento. Algo no acaba de calar. Pero grita que le gusta, grita que le gusta.