jueves, 11 de noviembre de 2010

Teo y el esperpento

Extraño. Teo se sentía extraño.

Había salido a pasear a su perro Yako.
-No salgas del parque, Teo. –le había dicho su madre. Pero Teo era un niño, y ante un impulso instintivo, las palabras de aviso se desvanecen en la memoria (cuando se hizo más mayor, esto lo aprendió Teo, pero por aquel entonces, todavía no lo sabía).

Teo se alejó, siguiendo a Yako, que corría como un condenado. Hasta que sus piernas le llevaron a un singular terreno. Un palacete burgués y salvaje a un tiempo.
Teo se sintió, de pronto, atraído por aquel territorio. Yako, visiblemente alterado, ladraba con fuerza a los portones transparentes de aquella fortaleza contemporánea.

Teo le dijo al oído a Yako que iba a entrar a investigar, que le esperara allí mientras él se daba una vuelta. El perro, que era bastante listo, se sentó, aunque agitaba la cola de manera nerviosa y desmesurada. Probablemente, cuando Teo hubiera entrado y lo hubiese perdido de vista, Yako ya habría abandonado su hieratismo y echado a correr a izquierda y derecha para liberar su brío animal, pero aún no, todavía no.

Ya dentro, Teo se dio cuenta de que aquel lugar era como cualquier otro: el comedor del colegio, la clase de 3º A donde José Menéndez le quitó un día el bocadillo o la sala de espera del dentista. Todo estaba allí, en un solo sitio.

Pero entonces Teo vio a personas. Sí, a personas, a seres humanos. Eran algo más mayores que él, y todos se dirigían a un mismo sitio: Una habitación con muchas sillas y muchos espejos. Recordando que le había prometido a Yako investigar, y siendo fiel a su promesa más que a cualquier otra cosa, Teo entró sin reparo en el aula.

Una mujer blanca hablaba. Mejor dicho, les hablaba. A esas personas.

Esperpento.

La palabra resonó con fuerza en su mente. Sobre todo porque Teo no entendía lo que significaba y nunca la había oído antes. Y Teo era una persona curiosa, pues siempre le llamaba más la atención aquello que más desconocía.
Aquella palabra… le pareció difícil de pronunciar, de hecho. Es-per-pen-to.

El esperpento es una deformación de la realidad”.

Es una manifestación grotesca, una caricatura risible del medio que nos rodea”.

El esperpento desdibuja las formas humanas, mezcla lo animal con lo civilizado y aúna lo elevado con lo más bajo”.

Todo eso Teo no llegaba a comprenderlo. O al menos, no en su totalidad. Pero entonces, Teo observa a las personas. Sí, a personas. Y se da cuenta de que están hablando, o riendo, o callando, o simplemente escuchando.

Están deformándose. Se deforman. En cada segundo que pasa. En cada palabra que emerge. Se deforman una y otra vez, para siempre.

¿Y por qué?

Porque no hacen lo que sienten. No dicen lo que sienten.

Hay unos que ríen un chiste que no les hace gracia.
Hay otros que callan porque no saben cómo expresar lo que piensan.
Están aquellos que escuchan, pero lo hacen por miedo, pues escuchar no es su intención instintiva inmediata.
Están aquellos que miran con lujuria, con odio o con envidia, sentimientos que ocultan cuando saben que alguien, de pronto, los observa tras un velo invisible.
Hay ojos que asesinan, otros que desean y aquellos que se rinden ante otras pupilas más fuertes.
Hay mentira e hipocresía.

De pronto, Teo empieza a ponerse muy triste. De verdad. Muy triste.
Porque se da cuenta de que esas personas que ha visto modifican sus instintos (¿qué pensaría Yako si Teo hubiese hecho caso a Mamá?), su realidad. Hacen un esperpento de sus vidas. Y entonces, la realidad se convierte en un esperpento.

Y es cuando Teo descubre qué significa esa palabra. Esperpento. O al menos, qué significa para él: Madurar. Crecer. Hacerse mayor. Envejecer.

Teo se asusta. De verdad. Se asusta.
Entonces decide salir corriendo de allí: No quiere que se le contagie nada, y si algo tan malo como un constipado puede pasar de una persona a otra con facilidad, pues… pues eso también, piensa Teo.

Yako agita la cola. La agita arriba y abajo cuando lo ve. Y Teo el niño se marcha con Yako el perro, y corren como dos condenados. Y su impulso es sólo uno: Salir de esas arenas movedizas para no hundirse en el oxígeno viciado del desierto humano.

Y Teo se alegra y se pone feliz porque va a seguir su impulso. Su primer impulso. El original.





El Esperpento del que hablaba la mujer blanca es una cosa propia de un tal Valle-Inclán. Vallé-Inclán se llamaba. Pero lo olvidó al instante, desde el mismo momento en que aquella señora lo nombró. Ya habría tiempo de aprenderlo de nuevo, más adelante… y volver a olvidarlo.

1 comentario:

  1. Pero si nos tomamos en serio la idea de lo escrito, entonces este texto también es un esperpento. Y por tanto, también lo es Teo.

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